Opinión

ACERCA DEL “MONSTRUO” QUE MATA LAS NEURONAS QUE «INCITAN AL MOVIMIENTO»

Mas… turbaciones mentales. Serie Semanal.
Por Gilberto Castrejón
Doctor en Filosofía de la Ciencia
Twitter: @gil_castrejon

Hay una muerte lenta que primero es vacío. Pierre Bourdieu en Sobre la televisión, muestra cómo la televisión ha alterado la percepción y funcionamiento de diversos ámbitos tan variados como la política, el arte, la literatura, la justicia o la ciencia y la tecnología…, a través de su «lógica del rating, del sometimiento demagógico a los requisitos del plebiscito comercial». Precisamente de este “monstruo” de nuestro tiempo es que quisiera acuñar unas cuantas palabras.
Pensemos en el telespectador que pasa horas con el aparato encendido. Antes, la radio impactaba por el realismo que lograba transmitir, después se convirtió para muchos en un acompañante musitando sonidos que casi nadie atendía, como la música de fondo de un restaurante que ofrece garantía de cierta clase. Aunque afortunadamente, pocas veces la radio trasmite una muerte lenta. El cáncer que ofrece la televisión es de un solo tipo, mata lentamente las neuronas que “incitan al movimiento”, y como buenas neuronas: no se regeneran. Recaí en lo vacío de ser teleespectador, cierta vez en que un sobrino mío me contaba lo que iba a pasar en cada comercial, el niño sabía completamente cada detalle, recitaba las frases indignándose incluso si algo no le gustaba porque lo habían cambiado. Cuando se es un infante, toda la información que se precipita sobre éste se queda plasmada, como un lienzo que contiene y representa la realidad que le rodea, el niño digiere la información y la procesa de una forma muy curiosa, así, la entrada y salida del sistema niño-espectador puede ser, en muchos casos, lo mismo, ni siquiera se le puede llamar a esto un aprendizaje de carácter existencial, padeciendo vívidamente las cosas, puesto que éste opera a un nivel mucho más básico, sin embargo, el aprendizaje frente a la pantalla le ofrece ciertos elementos que han de permear su personalidad de una textura un tanto parca pero efectiva. La experiencia que uno tiene frente a la pantalla es tan fundamental actualmente, que no es posible afirmar que exista alguien que no haya adquirido cierta directriz por medio de ésta. Si se proviene de una familia que asume como pretexto el reunir a todas las partes que la conforman, precisamente alrededor de ese singular aparato, la textura efectiva y efectista de la televisión será mucho más marcada.
La televisión en un principio se entendía como un paso más hacia el progreso humano, pues reducía distancias y daba la oportunidad de estar al día, además de distraernos. Ahora la televisión ofrece modelos de humanidad, se instaura en la consciencia colectiva el prejuicio de que la televisión “educa”, y cada miembro de una familia o grupo humano se ha de quedar con la parte que le corresponde. Los noticieros buscan primordialmente el efecto, pero ¿de qué tipo?, el que cree expectativa, angustia, indignación, solidaridad, optimismo, furor, etc., pero claro: todo de manera un tanto “morbosa” y enmascarada, pues la verdad de los hechos radica en la creencia incuestionable del espectador, el concepto de objetividad en los medios es una variable volátil, espuria muchas veces.
Cada programa de entretenimiento busca sólo una meta: mantener al espectador lo más atento y enajenado posible, no importando si ha de atentarse contra sus valores, creencias, ideología, o simplemente sus preferencias concretas, y esto a pesar de la supuesta censura, que no hace más que agrandar el morbo, y disfrazar con máscaras de seda el mensaje que va directo a nuestro inconsciente, de ahí el apostar por la audiencia, medir el rating, como sinónimo de que la mayoría acepta lo mostrado, lo dicho con palabras plásticas. Un programa es exitoso en la medida de que tenga más audiencia, así, lo fácil de digerir, aquello que es ligero, aunque grotesco o medio amorfo e insustancial es lo más efectivo, y por ello, lo que ha de tener más éxito. De aquí el gran acierto de los “talk-shows”, los “reality-shows”, las telenovelas, por sólo mencionar a los más representativos, donde siempre habrá buenos y malos, ricos y pobres, feos y hermosos, lágrimas y risas, en fin, cualquier conjunto de bipolaridades cuyo fin es llevar al espectador de un polo a otro, hacerlo que rebote su criterio e independencia frente al espejo-pantalla que se le presenta, y se vea reflejado, se identifique con la o el protagonista, empeñe su atención para el otro día, y olvide parte de sus verdaderas funciones, acaso ni siquiera las más mundanas, pues todos deseamos saber lo que va a ocurrir, aunque la mayoría de las veces eso ya es predecible desde el principio. Ya no hay arquetipos televisivos, ni siquiera tipos, únicamente estereotipos, modelos insulsos de humanidad, y lo más curioso de todo esto radica en que los modelos que se nos presentan son tan insípidos, la gente involucrada tan ordinaria, las producciones tan ostentosas o simples, que lo único que hace la mayoría es resignarse ante tal acontecer, la voz de las colectividades es verdadera democracia en muchas de las instancias que tienen mayor impacto.
Así, la persona que habita la pantalla del televisor es privilegiada, pues es feliz y lo transmite cada vez que aparece en ésta, eso lo supone la mayoría de los teleespectadores, pues aunque llore su llanto es sublime, ya que lo está mostrando, y mostrarnos frente a otros y convencerlos de algo supuestamente es una satisfacción de lo más excelsa, dado el signo de los tiempos, incluso el político o el predicador han sabido aprovechar tales efectos, de ahí que desde niño uno aprenda a reaccionar con modelos estándares, teletipos humanos.

PD Finalmente, hay otro “monstruo” electrónico que poco a poco va ganando terreno, ¿acaso no todos sabemos de cuál se trata?

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